Senadora Liliana Negre de Alonso: «La Argentina y Armenia, hermanadas en la memoria»

Por Liliana Negre de Alonso  | Para LA NACION  

Armenia está muy cerca del corazón de los argentinos. Somos el país con mayor población de armenios en Latinoamérica y el tercero en el mundo. Si bien existen referencias acerca de la presencia armenia en la Argentina desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, la primera oleada migratoria -definida por los mismos protagonistas como una emigración forzada- comenzó en la década de 1910. Las matanzas de Cilicia (región sobre las costas del mar Mediterráneo en la actual Turquía) de abril de 1909 marcaron el comienzo de una inmigración parcial que se generalizó con el genocidio de 1915 a 1922.
La conmemoración de estos cien años nos toca muy hondo. El pueblo argentino ha vivido también en su historia experiencias de dolor y, como dije en Ereván, la capital de Armenia, ante el presidente Serzh Sargsyan en el Foro Global Social y Político, estamos hermanados. No pasaron inadvertidas por cierto las palabras de nuestro compatriota el papa Francisco en la Basílica de San Pedro, que ocasionaron positivo revuelo a nivel internacional.

En la Argentina ha habido muchas tragedias: la progresiva desaparición de la población esclava de origen africano, y el clima de violencia, tortura y persecución inaugurado por las sucesivas intervenciones militares, que terminaron coronando el régimen de la dictadura argentina y las desapariciones y muertes.

También se acercan ambas comunidades, la argentina y la armenia, en su lucha por la memoria, combate que persigue vencer a la segunda muerte que sigue a la perpetrada por los genocidas: la que produce el olvido, el silencio, la indiferencia, ante todas las manifestaciones del mal absoluto.

Durante muchos años los argentinos entendimos el valor de la memoria y la necesidad de erradicar cualquier atisbo de tolerancia a los crímenes genocidas. Aprendimos con mucho dolor que el silencio, el mirar para otro lado y, en definitiva, la impunidad son el más perverso caldo de cultivo para las repeticiones.

Desde allí, cómo no comprender el genocidio armenio y la dolorosa lucha de su pueblo para que no se silencie, no se lo olvide.

Desde el advenimiento de la democracia, nuestro Congreso se ha expresado recordando el genocidio. En junio de 1985 el Senado de la Nación aprobó dar «instrucciones a la delegación argentina ante las Naciones Unidas para que apoye el pedido del pueblo armenio de inclusión de los asesinatos del año 1915 en las prescripciones de la convención de 1948 sobre condena al genocidio». Esa iniciativa fue a partir de allí, una política de Estado.

Además, en lo particular, año tras año he propiciado la reiteración de la condena «al genocidio armenio que costó un millón y medio de vidas entre 1915 y 1923, y su homenaje y solidaridad con las víctimas del mismo y con el pueblo armenio».

También hemos constituido la Agrupación de Parlamentarios de Amistad con la República de Armenia, con el propósito de mantener relaciones con el Parlamento armenio, promover el intercambio de información, armonización legal, fomentar inversiones, cooperación económica y comercio bilateral e impulsar el intercambio cultural, científico y técnico.

Por diversas iniciativas, el genocidio armenio se integró en la educación de los alumnos de las escuelas argentinas.

Alguna vez se ha dicho con suma elocuencia que «la tragedia es un prolongado grito sobre una tumba mal cerrada». La contundencia del poeta y ensayista francés Paul Claudel sirve para significar todas las luchas con las que queremos acompañar a Armenia y a su pujante y prestigiosa comunidad en la Argentina en este recuerdo centenario. Argentina como Armenia tienen finalmente en común una luz de esperanza que no se dejará apagar.

(La autora es senadora nacional)

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