Acto Cívico Central: Discurso del Dr. León Arslanian

DSC_8503“Vengo hoy, en el centenario de la fecha erigida como símbolo del Genocidio Armenio, como un doliente descendiente más de los millones que pueblan la diáspora de nuestra patria ancestral, a rendir tributo a nuestras víctimas, a honrar su memoria y a renovar el compromiso de sostener y difundir una vez más la demanda ecuménica de reconocimiento de los crímenes de lesa humanidad para que resuene “urbi et orbe” hasta en los rincones más remotos de la tierra, con un solo objetivo: que el Estado Turco reconozca, de una vez y para siempre, su responsabilidad en la masacre que perpetrada en forma planificada, organizada y aleve costó la vida de más de un millón y medio de armenios.

Toda nación experimenta, a lo largo de su historia, hechos que marcan no sólo su destino inmediato sino también su construcción mediata y su identidad futura.  En el caso de Armenia –una de las civilizaciones primigenias de nuestro mundo— este hecho transformador ha sido, sin duda, los eventos que se desencadenaron hace exactamente un siglo con la detención de un grupo de intelectuales en la entonces Constantinopla quienes fueron forzados al exilio y la muerte como preludio al genocidio del pueblo armenio, con un trasfondo marcado por la violencia de la Primera Guerra Mundial y el telón de cierre del Imperio Otomano.

La historia de cada uno de los millones de armenios de la diáspora es la de sus hermanos dispersos en el mundo: la misma historia, transida de dolor y de esperanza.

A  cien años del día que simboliza el mal absoluto, quiero ofrecer desde este orgulloso lugar de descendiente armenio en que nos pone la historia mis reflexiones, mi testimonio que, naturalmente, no habrá de estar desprovisto de patéticos retazos de la historia común.

En efecto, a partir de 1915, mis abuelos Garabed y Ebruhi, junto con miles de otros pobladores, fueron expulsados de su pueblo, Aintab y arrojados al desierto de Siria; esa letal travesía dejó huérfanos a mi padre y sus hermanos, quienes lograron refugiarse en un asilo, en Alepo, hasta alcanzar la mayoría de edad, al menos dos de ellos, mi padre y mi tío Artín. Gracias a la asistencia de la Cruz Roja Internacional, en 1923 lograron embarcarse hacia un nuevo destino dejando en esa triste condición a sus hermanos menores a quienes rescatarían con el tiempo y gracias al fruto de su trabajo intenso. Pudieron, así, esos cuatro hermanos huérfanos, construir sus vidas en esta generosa tierra, su país de acogida, el cual los incorporó como sus propios hijos.  A pesar del dolor, de la pérdida de todo y del brutal extrañamiento, mi familia como tantas otras de la diáspora, aquí presentes, lejos de perder su identidad y su memoria, se dedicaron con nobleza a fortalecer la contribución de la cultura armenia a la cultura universal y han participado activamente en la preservación de la memoria colectiva sobre el genocidio y su reconocimiento por otros Estados de la Comunidad Internacional.

La prueba de la ocurrencia del genocidio y su registro histórico son tan abrumadores que no veo que tornen racional discusión alguna al respecto. Los registros documentales son incontestables.

En fecha reciente se publicó en lengua española  la obra de Johannes Lepsius “Compilación de Actas diplomáticas” que recoge y glosa los cables enviados desde el Imperio Otomano a la Cancillería del Imperio Alemán entre 1914 y 1918.

Lepsius además depuso como perito en el juicio celebrado en Alemania por el asesinato del genocida Taleat Pachá, ex gran visir turco, ministro del interior – quien huyó de los enjuiciamientos en Turquía – ajusticiado por el estudiante Soghomon Tehlirian: el testimonio de Lepsius sirvió para que el acusado fuera liberado por el acogimiento de una causa de inculpabilidad.

Hay documentos de fuente turca de valor incalculable. Me refiero a los que fueron presentados por agencias estatales turcas en los procesos llevados a cabo ante la Corte Marcial ( 1919) que sentenció a muerte a los principales responsables del genocidio: Taleat, Enver, Djemal y el Dr. Nazim, o sea actos propios irrecusables.

Pero, además, existen resoluciones de organismos internacionales, reconocimientos de órganos legislativos de numerosos estados y hasta una sentencia declarativa con motivo de una demanda interpuesta por la familia Hairabedian que se vió acogida por el Juez Federal Norberto Oyarbide. Veamos:

En abril de 1984 el Tribunal Permanente de los Pueblos llevó adelante un juicio en la Universidad de la Sorbona, París, y sentenció que se trataba de un crimen de lesa humanidad que no prescribía.

En agosto de 1985, la Subcomisión de Prevenciones de Discriminaciones y Protección de las Minorías de Naciones Unidas para los Derechos Humanos admitió el genocidio armenio, decisión ratificada al año siguiente por la Comisión de Derechos Humanos.

En junio de 1987 el Parlamento Europeo calificó las masacres cometidas por Turquía en contra de los armenios como crimen de Genocidio y supeditó la solicitud de adhesión de Turquía a la Comunidad Europea al reconocimiento que debería hacer el Estado turco.

Como natural derivación de la decisión de la Comisión de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (1985/86), una sucesión de países (23), reconoció a través de sus parlamentos el Genocidio armenio. Argentina, por iniciativa del Consejo Nacional Armenio, la cálida adhesión del por entonces Presidente Néstor Kirchner y la totalidad de los partidos políticos, sancionó la ley 26.199 y hasta hubo una sentencia declarativa que afirmó la existencia del genocidio y responsabilizó al Estado turco en su ejecución.

Ciertamente que el peso de tales evidencias implica un baldón cuyo gravamen sobre Turquía -lejos de atenuarse por el transcurso del tiempo- se acentúa, de lo que da cuenta la escalada de reconocimientos internacionales logrados, y los que se irán sumando.

Precisamente, el 25 de setiembre de 2014, al hablar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Excmo. Señor Presidente de la República Armenia, Serzh Sargsián, de un modo emotivo (“vociferously” calificó el mismo ese mensaje), expresó su gratitud a cada uno de los países que expresaron a través de sus diferentes  órganos el reconocimiento del genocidio y dijo:

“Gracias Uruguay, Francia y Rusia!

“Gracias Italia, Bélgica, Holanda, Suiza y Suecia!

“Gracias Alemania, Polonia , Lituania, Grecia, Eslovaquia y

“Chipre!

“Gracias Líbano, Argentina, Venezuela, Chile, Canadá y  Vaticano!

Sin embargo, el Estado turco lejos de mostrarse permeable y de seguir evitando los costos de un etiquetamiento que podría evitar, ha utilizado técnicas de neutralización en procura de relativizar el peso de las pruebas concluyentes, reinterpretando los hechos o bien ejerciendo una fuerte censura en contra de su propia comunidad a través de la amenaza y persecución penal, acuñando figuras como el artículo 159 del Código Penal, amañadamente maquillado, años después (junio de 2005) mediante reformas legislativas que transformaron esa norma en el actual artículo 301 de su Código Penal. Sin embargo, esa figura laxa que en modo alguno satisfacía los estándares legales exigidos a Turquía por la Unión Europea, obligó a una nueva reforma.

En efecto, el 30 de abril de 2008, el Parlamento turco aprobó algunas enmiendas a la referida norma  del código penal que castiga los insultos a la identidad turca, con ligeros cambios en su formulación aunque sin alterar el sentido semántico dado que desde su adopción en 2005 y a pesar de su reforma, ha permitido enjuiciar y condenar a varias decenas de periodistas y escritores.

Al respecto, la prestigiosa institución Reporteros Sin Fronteras“, ha dicho: “Esta reforma es una falsa buena noticia. Las modificaciones que se han hecho al artículo 301 son cosméticas e insuficientes. Es verdad que se han rebajado las penas. Pero el insulto a la identidad turca simplemente se ha reemplazado por el insulto a la Nación turca, dejando manga ancha a los magistrados para perseguir a cualquiera que aborde públicamente los temas sensibles, como son el genocidio armenio y la cuestión kurda”.

El principal escollo en el reconocimiento del genocidio y la consecuente búsqueda de verdad y justicia que posibiliten la reparación y la reconciliación, es la política oficial del Estado turco de negar los hechos que entre 1915 y 1923 afectaron al pueblo armenio.  El llamado paradigma negacionista cuyo espectro admite tanto la negación total del hecho como la negación de aspectos clave tales como el rol de quienes detentaban el poder o el carácter o número de víctimas.

El paradigma negacionista impide la determinación de la verdad histórica de los hechos, la búsqueda de justicia y las formas de reparación apropiadas a la dimensión temporal y social del genocidio armenio.  Asimismo, interesadamente, esto es, fuera de toda verdad objetiva, impide abordar la cuestión de la restitución de los bienes personales, los inmuebles y los intereses comerciales de las víctimas fallecidas y de aquellas forzadas a un exilio enteramente despojado y, lo que es más grave aún, la restitución de los bienes colectivos públicos de naturaleza territorial, cultural, religiosa y política.

El estado turco sabe que esta situación se va tornando insostenible; el transcurso del tiempo y el devenir histórico conspiran en contra de su postura: la muralla cruje, los estados nacionales ceden, quienes fueron aliados y silenciaron por años su reprobación, hoy revén sus posturas porque frente a la vigorosa expansión del principio de la jurisdicción universal saben que ya no es posible preterir la causa superior de los DD.HH. en aras de conveniencias estratégicas o de cualquier otro orden.

El crédito del gobierno de Turquía peligra si es que persiste en su actitud negacionista y en su cerrazón ante las señas elocuentes del cambio de la historia.

Así, no advierte que:

El negacionismo es tan aberrante como el genocidio porque va mucho más allá de la admisión de hechos perpetrados, al perseguir (como se viera) a través de la creación de figuras penales a quienes exhiben o proclaman la verdad, dando así paso a un fenómeno de revictimización.

Las alianzas políticas y estratégicas del pasado carecen de efectos ultra-activos, sino que se extinguen al compás de cambios de diversa naturaleza como, vg., la irrupción de nuevos intereses.

El carácter evolutivo, expansivo y retrospectivo del Derecho Internacional de los DD.HH. ha obligado a los diferentes estados no sólo a suscribir las Convenciones Internacionales sobre la materia sino, lo que es más importante, a ajustar sus prácticas y sus políticas a tan valiosos postulados.

Ha de interpretarse como derivación de ello la suma de sucesivos reconocimientos de países quienes, reticentes en el pasado, van pronunciándose  sin ambages en el sentido de que las matanzas y crímenes contra la población armenia, configuraron un claro caso de genocidio.

El genocidio no es una causa nacional para el pueblo turco, sino una “razón de estado” para sus gobiernos. Muchos de sus hombres eminentes han pagado con su vida, con su libertad y con persecuciones injustas, su cuestionamiento al negacionismo. Hrant Dink (armenio de origen), Altur Taner Akcam, Orhan Pamuk (por mencionar los casos más notables), representan los mejores valores humanistas del pueblo turco que, en su dilema entre aceptar las posiciones negacionistas propias de una nacionalismo extremo y rendir tributo a la verdad histórica, han optado por aquéllas y contribuído al corrimiento, paso a paso, del pesado velo de la historia adulterada.

Es fundamental que el Estado turco comprenda que no hay más estados impenetrables, que sus fronteras ya no son más los muros del silencio, que los suyos ya no son más los súbditos del Imperio Otomano, sino ciudadanos de un estado que se proclama República, con vos y con opinión y que, por tanto, tal vez ya no consientan el baldón de la negación de crímenes impunes de lesa humanidad y en su lugar prefieran la digna condición de la resiliencia.

El ocultamiento de la verdad mediante la negación del genocidio atenta contra su esclarecimiento.  El negacionismo y los intentos públicos de justificar el crimen de genocidio menoscaban la lucha contra la impunidad, la reconciliación y los esfuerzos para prevenirlo.  La continua y persistente negación del Estado turco del genocidio padecido por el pueblo armenio, de algún modo define aun hoy en forma negativa las relaciones no sólo entre estos dos países sino también la relación del Estado turco con otros Estados de la Comunidad Internacional: las consecuencias del genocidio se potencian con el transcurso del tiempo y los costos políticos del negacionismo frente a la comunidad de naciones son cada vez más elevados y a la vez perjudican sus pretensiones de inserción en la Unión Europea.

Sin embargo, no quisiera terminar estas palabras sin un mensaje de esperanza: el camino de la reivindicación es el camino del diálogo sin prejuicios ni posiciones enconadas. La República Armenia ha tenido gestos firmes pero también amigables respecto del gobierno turco y de aprecio hacia su comunidad entre la cual existe una histórica población armenia. Gobierno y pueblo armenios aguardan con esperanza una nueva mirada de su vecino respecto del trágico pasado y un gesto de recuperación de la confianza con la apertura de la frontera entre ambos países, cerrada como medida retorsiva indirecta por el conflicto con Azerbaiyán con motivo de la disputa sobre el territorio de la República Independiente  Armenia de Nagorno Karabakh, actitud que evoca, replica y actualiza de modo angustioso la épica de un imperialismo panturquista.

Por fin, quiero renunciar a toda originalidad y terminar con las palabras del Santo Padre en ocasión del oficio religioso conmemorativo del genocidio, celebrado el 12 de abril último en San Pedro: «recordar es necesario e incluso obligatorio porque allí donde no persiste la memoria significa que el mal mantiene aún la herida abierta. Esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando sin sanarla».

Es por eso, porque este sentido homenaje es para  recordar, es que me siento particularmente honrado de participar de este evento junto a ustedes y de esa forma contribuir al proceso constante de construcción de la memoria sobre el genocidio armenio y la búsqueda de fórmulas para lograr, finalmente, el condigno reconocimiento por parte del gobierno de Turquía.

Ruego porque, juntos, logremos superar el pasado ominoso y construir un vínculo fraterno”.

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