Palabras de la embajadora de Armenia, Ester Mkrtumyan, en el acto por el 30° aniversario del Movimiento de Liberación de Artsaj

DISCURSO DE LA EMBAJADORA DE ARMENIA EN ARGENTINA, ESTER MKRTUMYAN, EN EL ACTO DE HOMENAJE POR EL 30° ANIVERSARIO DEL MOVIMIENTO DE ARTSAJ.

Buenos AIres, 10 de marzo de 2018

DSC_1062«En febrero de 2018 se cumple el 30° aniversario del movimiento democrático que se conoció como Movimiento de Karabagh, manifestación pacífica y popular de millones de armenios que a fines de la década del 80 exteriorizaron sus aspiraciones en los confines meridionales del gigantesco imperio soviético.

El año 1988 fue decisivo en la historia del pueblo armenio. Hace tres décadas en estos días la totalidad de los armenios se cohesionó, se transformó en un puño para advertirle a todo el mundo su voluntad de luchar para vivir libres y sin peligros en su propia tierra de origen.

Estos aspectos revisten una importancia superior a la vista del fracaso de los intentos de la política de estado de Azerbaiyán para tergiversar en forma generalizada no solo lo sucedido en la evolución del problema y extendiendo esa revisión a los últimos cien años, sino transformando la “armenofobia” en una especie de política nacional.

La represión armada de la población y las autoridades de una región autónoma por parte del gobierno central de una república soviética federada fue una experiencia sin precedentes. Las fronteras internas soviéticas eran de un significado convencional que nunca antes había tenido efecto concreto.

Azerbaiyán lanzó una persecución de sus propios ciudadanos de origen armenio tal como en 1915 había ocurrido en el Imperio Otomano, donde el poder organizó el exterminio de sus propios súbditos armenios. Parecía que el mismo proceso de genocidio se repetiría en Azerbaiyán a fines del siglo XX.

El ejemplo más cruel y significativo se produjo diez días después de la proclama de Nagorno-Karabagh, cuando el 28 de febrero de 1988 se desató en la ciudad industrial de Sumgaít, cerca de Bakú, una descomunal cacería de armenios. En Sumgaít vivían 18.000 armenios. Las atrocidades dieron como resultado 27 armenios asesinados, hubo centenares de heridos graves y muchos desaparecidos.

Probablemente esos armenios a esa fecha ni tenían noticias claras del petitorio de sus connacionales de Karabagh. Quizás ni sabían de las aspiraciones de aquellos compatriotas. Seguramente no habían tenido nada que ver en lo que ocurría en aquella región. Cientos de kilómetros los separaban de la zona en conflicto.

Fueron atacados simplemente por ser armenios, por pertenecer a la nacionalidad, quizás aun desconociendo el idioma, solo por su identidad, caso típico de genocidio, cuando los sujetos son perseguidos, discriminados y eliminados por lo que son, no por lo que hacen o hicieron, aunque ciertamente nada justifica el asesinato individual o colectivo.

Treinta años han pasado desde aquellos hechos y nadie ha sido castigado.

No son novedad los intentos de los genocidas de acusar a sus víctimas de los mismos crímenes que ellos han cometido. Turquía ha erigido monumentos en recordación de los turcos “masacrados” por los armenios durante los años de la primera guerra mundial, mientras el Imperio Otomano cometía el primer genocidio del siglo XX contra la Nación Armenia. Azerbaiyán hace héroes de los violadores de derechos humanos que han perseguido armenios, una verdadera aberración en este siglo XXI.

Azerbaiyán persigue los mismos objetivos aprendidos de Turquía con el objeto de acusar a los armenios de aniquilar a la población azerí. La mentira tantas veces repetida puede desviar la atención de la verdad de las atrocidades cometidas por Azerbaiyán siguiendo el método de sus connacionales y antecesores turcos otomanos.

Cuando la mentira intenta imponerse en la opinión pública, la voz de la verdad debe ser objeto de atención por parte de los países que profesan los principios democráticos y la defensa de los derechos humanos fundamentales.

Centenares de declaraciones y resoluciones de diversas organizaciones internacionales y parlamentos nacionales, como así también de líderes de movimientos democráticos europeos, al igual que miles de publicaciones en la prensa demuestran la simpatía y el apoyo amplio del mundo democrático de fines de los 80 y principios de los 90 a las

aspiraciones del pueblo de Nagorno-Karabagh para alcanzar la libertad y la independencia.

La juventud de Nagorno-Karabagh, después de más de 26 años de autogobierno, ya no registra ni admite otra forma de vida que no sea en libertad, fuera del yugo opresor y discriminatorio de las autoridades de Bakú. Desde 1994 se encuentra vigente una tregua, violada con frecuencia por las fuerzas de Azerbaiyán. Las negociaciones de paz están a cargo del Grupo de Minsk, integrado por Rusia, Estados Unidos y Francia dentro del marco de la OSCE (Organización de Seguridad y Cooperación en Europa). Es significativo que los tres países mencionados son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.

Lejos de colaborar con el proceso, Azerbaiyán está empeñado en una carrera armamentista que no tiene final predecible, en flagrante violación de todos los acuerdos. La dirigencia azerí ha amenazado con derribar los vuelos civiles que operen en Nagorno-Karabagh, en abierto desprecio por la inmunidad de la que los transportes civiles deben gozar en cualquier zona en conflicto.

Es seguro que tarde o temprano la comunidad internacional habrá de reconocer la independencia de Karabagh. Apoya esta convicción el hecho de que los organismos internacionales, en su mandato a los co-presidentes del Grupo de Minsk, ya ha reconocido el derecho del pueblo de Karabagh a la autodeterminación, al incluir dicha cláusula entre los principios de Madrid, que anticipa la independencia de Nagorno-Karabagh al permitir que el pueblo se exprese libremente.

En caso de que la solución al conflicto de Nagorno-Karabagh sea la propuesta por Azerbaiyán, la población quedará permanentemente expuesta al peligro de un nuevo genocidio o de un destierro forzoso. Los terribles pogromos antiarmenios de los años 90 en las ciudades de Sumgaít, Kirovabad y Bakú, la política de odio y condena sin límites a todo lo armenio, con actitudes racistas y fascistas llevadas al paroxismo, al punto de declarar enemiga de Azerbaiyán a toda la armenidad del mundo, incluso a los armenios de otras nacionalidades, incluidos a los argentinos de origen armenio, ponen en seria duda la capacidad de Azerbaiyán de garantizar la seguridad de la población de Nagorno-Karabagh, de su lengua y su fe, de su cultura y sus tradiciones, de su identidad y de su legado histórico. Estos hechos avalan las aspiraciones de libertad de la población karabaghí, única garantía de su identidad individual y colectiva.

Hay que hacer notar que ese apoyo masivo y generalizado a las aspiraciones de libertad de la población de Nagorno-Karabagh, que es armenia absolutamente mayoritaria, habrá de continuar en desmedro de la pesadilla antidemocrática y el oscurantismo que día a día avanza a medida que se imponen las actitudes totalitarias de la dirigencia de Azerbaiyán.

Pasaron dos años del ataque en gran escala de abril de 2016, con lo cual Azerbaiyán planeaba eliminar el estado de Artsaj mediante una guerra relámpago.

Todos esos intentos fracasaron y el enemigo fue obligado a retroceder, sufriendo importantes pérdidas humanas, materiales y morales. Y va ser así siempre! La garantía de ello está en nuestro poderoso ejército, en la triple unidad de Armenia-Artsaj-Diáspora, en nuestro pueblo que construye con sus propias fuerzas su país y su futuro de esperanza, en la generación patriótica y poderosa de la independencia, fortificada en el fragor de la lucha de defensa de la patria.

¡Viva la República de Armenia!

¡Viva la República de Artsaj surgida del Movimiento de Karabagh!

¡Vivan los combatientes del Movimiento de Karabagh!»

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