Opinión: «¿Es posible la supervivencia de Armenia y su diáspora sin una interacción equilibrada entre ambas?», por Nélida Boulgourdjian

Por Nélida Boulgourdjian
(Publicado en Semanario Sardarabad)

Los vínculos entre Armenia y su diáspora, estructuralmente asimétricos, complejos y cambiantes, se fueron construyendo y expresando en un contexto geopolítico, estratégico y crítico hasta el presente para los intereses de región y de la propia Armenia. En ese espacio, aparecieron y fueron desarrollándose fuertes tensiones
políticas entre nuevas y antiguas identidades nacionales y entre intereses económicos, demográficos, lingüísticos y
religiosos.

La actual República de Armenia, ubicada entre el Mar Caspio y el Mar Negro fue parte, primero, del Imperio zarista y
luego de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) de la que se independizó en 1991. La República de Armenia actual y la anterior República socialista soviética de Armenia son consideradas como la madre patria de todos los armenios incluyendo a los armenios de la diáspora, en su mayoría originarios de Anatolia (actual
Turquía). Desde fines del siglo XIX su territorio estuvo dominado por el Imperio Otomano, el Persa y el Zarista. De ahí que la región conocida como Armenia se convirtiera en nodo, epicentro y encrucijada de intereses internacionales muy activos, como consecuencia de los cuales resultó agredida en varios frentes. Bastará la mención de dos ejemplos para ilustrar el nivel de conflictividad que afectó al pueblo armenio durante los períodos de dominación:
uno con motivo de la decadencia del Imperio Otomano, que dio lugar a la emergencia agresiva del nuevo nacionalismo turco, que desembocó en el genocidio de la población armenia a partir de 1915, y el otro con la revolución rusa de 1917, que reconfiguró el entorno geopolítico e influyó decisivamente en el destino de los armenios. Este hecho desembocó en la creación de la primera República de Armenia (1918-1920), cuyo centenario se conmemora este año.

Las tensiones externas e internas de la República de Armenia Soviética se verificaron también en la diáspora, resultado de los procesos de expulsión de la población armenia del Imperio Otomano. Dichos procesos
constantes conllevan una paradoja que constituye una notable singularidad del fenómeno estudiado: la coexistencia de un Estado armenio débil y una diáspora masiva que si bien inicialmente fue débil, se fortaleció a medida que los sobrevivientes reconstruían sus vidas en los nuevos lugares de instalación. En las últimas décadas, las diásporas armenias más fuertes son las de Francia, los Estados Unidos y la Argentina, además de la diáspora armenia en
Rusia. En cambio otras como las de India y Etiopía se debilitaron con el tiempo; las de México, Brasil, Uruguay son diferentes entre sí pero no tienen la magnitud ni la potencia de las tres mencionadas inicialmente.

Para entender la importancia de la diáspora para Armenia hasta el presente partimos de algunos antecedentes históricos.

Desde el siglo XVI el pueblo armenio pasó a ser un “pueblo en diáspora” puesto que su población comenzó a emigrar en busca de mejores condiciones de vida. De ese modo, se establecieron pequeñas colonias en Inglaterra (Manchester, Liverpool); en la India (Madrás, Calcuta); Irán (barrio armenio de Nueva Djulfa, en Ispahán); en
Francia (Marsella y París), en países del este (Bulgaria, Rumania y Hungría) y en el Medio oriente. A esta migración histórica, de intelectuales, comerciantes, militares luego se sumó la oleada numéricamente significativa, posterior al Genocidio de 1915, proveniente del Imperio Otomano.

Este desplazamiento forzado de población es designado por la geógrafa Aida Boudjikhanian («Un peuple en exil : la nouvelle Diaspora (XIX-XX) », en G. Dédéyan,(dir.), Histoire des Arméniens, Paris, Privat,1982) como “Gran diáspora”, constituido por sobrevivientes que buscaban reconstruir sus vidas, alejados de las persecuciones.
Una cuestión que queremos destacar aquí es el rol de la diáspora como reservorio de un capital cultural que según los momentos contribuyó al sostén de Armenia en diferentes niveles. Históricamente, por los contextos adversos que atravesó el pueblo armenio, los mayores desarrollos políticos, económicos y culturales se alcanzaron fuera del territorio conocido como Armenia histórica (actual Turquía). Así, el primer centro del libro armenio impreso se fundó
en Venecia (1512), la primera Biblia en armenio se imprimió en Amsterdam en 1661; el primer periódico armenio, Aztarar (El Monitor) en la ciudad de Madrás, India, en 1797 (Mouradian, C. L’Arménie, Paris, Presses Universitaires de France, 1995).

Importantes partidos políticos armenios (salvo el Armanakán, que se fundó en Van, y el partido Ramgavar Adzadagán o Demó- crata-liberal, en 1921 en Constantinopla) fueron creados fuera del Imperio Otomano, donde vivía la mayoría de la población armenia antes de su emigración forzada: la Federación Revolucionaria Armenia (FRA), fundada en 1890 en Tiflis (actual Tibilisi, capital de Georgia) y el partido Social Demócrata Hintchakian, en 1887 en Ginebra (Suiza) (Ter Minassian, A., “Le mouvement révolutionnaire arménien, 1890-1903”, CMRS, XIV (4), 1973).
Incluso la poderosa diáspora armenia en Bakú (63000 armenios en 1917) con sus magnates de petróleo, mecenas y constructores de iglesias, escuelas, bibliotecas y teatros, hospitales fue de gran importancia en el momento que se instaló la República de Armenia de 1918, con falencia de población y, sobre todo, de cuadros políticos.

Con respecto al factor económico específicamente, las grandes fortunas armenias se desarrollaron en la diáspora. Así, en el Oriente, una de las ciudades que atrajo a los armenios fue Bakú, por el auge del petróleo.
Destacados empresarios petroleros fueron armenios como Alexander Mantashev y Kalust Gulbenkian. La capital de Georgia, Tiflis (Tbilisi) contó con una importante población armenia desde la Edad Media; incluso fue allí donde la vida cultural de los armenios vinculados al Imperio Zarista se desarrolló con mayor esplendor, destacándose su arquitectura religiosa y civil. Asimismo, de Tiflis salieron algunos de los cuadros políticos de la naciente República de Armenia de 1918.

Debemos destacar también que, el aporte de la República de Armenia hacia su diáspora fue valioso, por ejemplo cuando alentó la creación, en 1964, del Comité de relaciones culturales con la diáspora, para la promoción de la cultura y preservación de la lengua armenia. Intelectuales, artistas, universitarios, científicos, conjuntos musicales
viajaron de un contexto a otro para promover vínculos más estrechos. Mediante contactos e intercambios culturales
y la provisión de libros de texto y la invitación de intelectuales, Armenia se presentó como la proveedora del alimento cultural que la diáspora necesitaba para contribuir a la preservación del sentimiento armenio.

Sin dejar de valorar el aporte cultural, religioso, artístico y lingüístico de la República de Armenia a su diáspora, es notorio que, en momentos difíciles la primera recurrió a los armenios dispersos. Podemos recordar a modo de ejemplo cuando promovió la creación del Comité de Ayuda a Armenia (Hay Oknoutian Komité), conocido
como HOK, en 1926. A través de HOK, el gobierno de Armenia buscó restablecer el vínculo con su diáspora para informar sobre sus logros y, de ese modo, atraer a simpatizantes que prestaran su ayuda económica. Un segundo momento fue en 1946 cuando Armenia alentó el retorno de los armenios de la diáspora, conocido como nerkaght para contribuir a su renacimiento. Podemos identificar un tercer momento en 1991, con motivo de la independencia
de la República de Armenia, cuando fue creado el Fondo Armenia para canalizar la ayuda económica. Los proyectos
fueron implementados a través de una red global de países afiliados con centro en los Estados Unidos, incluida la Argentina.

Ésta colaboró activamente desde su fundación en una diversidad de proyectos como la construcción o reconstrucción de hospitales, laboratorios, escuelas, iglesias, viviendas, sistemas de agua potable, caminos, entre otros.

En síntesis, la diáspora históricamente y a lo largo del siglo XX hasta el presente ha acudido en forma incondicional al llamado de Armenia. Pero, sobre todo, mediante sus instituciones, iglesias, escuelas, partidos políticos mantuvo vivo el espíritu armenio, entre la población anónima y sus destacados benefactores. Las asociaciones armenias en la diáspora, incluso en la Argentina, perduraron porque apelaron al sentimiento patriótico de los armenios, a su
historia pasada. En ese sentido las asociaciones armenias mostraron una capacidad de construcción de la identidad armenia del grupo hasta hoy. El contacto diario en las escuelas, en la misa dominical y en los actos patrióticos de las organizaciones partidarias, mediante la exaltación de mitos y símbolos nacionales (fechas históricas, cantos patrióticos), reiterados en forma constante, dejaron su impronta en la juventud.

Asimismo la recordación de las dos repúblicas, con sus respectivos himnos nacionales, la recordación de sus héroes (cada agrupación política y cada asociación regional recordaba los suyos); los festivales y los bailes contribuyen al encuentro de los jóvenes y dan oportunidad a los líderes comunitarios a que sus asociados recuerden su pasado heroico, signado por el martirio y la «resurrección» en la nueva Patria donde fueron recibidos con los brazos abierto.

De ese modo, gracias a las instituciones armenias de la diáspora se mantiene vivo hasta hoy el espíritu armenio y, por ende, el interés por ayudar a Armenia, más que por un cálculo empresarial, por una devoción patriótica.

Es válido preguntarse ahora si el interés en la permanencia de la diáspora, de sus instituciones, de su vida cultural, académica debe recaer solo en algunos pocos ilusionados o esperanzados en que la misma pueda continuar algunas décadas más o también debe ser el interés de la propia República de Armenia. A partir de algunos comentarios
que escuché sobre la proyección de la diáspora en las próximas décadas me pregunto si vale la pena mantener una diáspora fuerte como reservorio de un capital cultural para tiempos difíciles. Me animaría a decir que sí. Y diría -ya no como historiadora porque no tengo el documento para aseverarlo- que si no se mantiene el “fuego por lo armenio” no sólo la diáspora desaparecerá como presumen algunos sino que la propia República de Armenia tendrá dificultades
para sobrevivir. Un equilibrio inteligente entre la inversión en Armenia y en la diáspora –creemos- hará posible la supervivencia de ambas.

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