Mensaje de Navidad de Su Santidad Karekín II, Patriarca Supremo y Katolikós de Todos los Armenios

A«Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz,
la buena voluntad sea con los hombres « (Lucas 2:14)

Estimados fieles,

La Buena Nueva de Navidad nos ha llevado a nuestras iglesias, para que con gozo y reverencia espiritual nos inclinemos ante el pesebre del niño Jesús, el Salvador del mundo.

Cristo nació en el pesebre de Belén, y a través de la llegada al mundo del Salvador, el camino de regreso, de la reconciliación con Dios y de la salvación, se inició para los que cayeron lejos de Él por el pecado. Con el misterio de la encarnación de su Hijo, Dios convirtió a la humanidad en heredera del reino celestial y por medio de Él mostró el camino de ser digno de tal gloria, de acuerdo con el canto de alabanzas de los ángeles: «y en la tierra paz, buena voluntad hacia los hombres».

El Hijo de Dios encarnado con su misión salvadora cambió el curso de la historia, llamando a la humanidad a establecer su vida en el principio del amor y de la paz. Cristo concedió a la humanidad el don más grande del mundo: su paz. «La paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tengan miedo» (Juan 14: 27), dice el Señor.

El desafío contemporáneo más importante respondiendo al llamado y a la invitación de Cristo a una vida de paz es la alteración de la paz en la vida de las personas, de las comunidades y de los gobiernos. La humanidad entró en el siglo XXI con gran malestar. Conflictos, choques de intereses geopolíticos, crisis y desastres humanitarios que continúan trastornando al mundo, sembrando la intolerancia, la desconfianza y la devastación, la pobreza y el sufrimiento. En las sociedades, los valores morales están distorsionados. Las mentiras, la adicción, el asesinato y el vicio son comunes, y los fundamentos de la vida social y familiar están siendo sacudidos. Las organizaciones terroristas que predican ideologías extremistas en el nombre de la fe provocan muerte y destrucción, especialmente en el Medio Oriente, donde junto con otras naciones, los niños de nuestra nación también sufren.

Ante estas situaciones destructivas y mortales, la humanidad está tratando de encontrar una salida, y en este estado de incertidumbre escuchamos en nuestras almas las palabras esperanzadoras de nuestro Salvador nacido en Belén: «La paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy”. La paz que nos da Cristo no es la paz de este mundo, que es incierta e inestable. La paz de Cristo es la paz de las almas, que, anclada en la fe en Dios y en la palabra y los mandamientos de Dios, transforma la vida. Habita en un corazón recto, en la verdad, en la justicia, y se fortalece en los corazones de aquellos que viven con la esperanza de la eternidad. En consecuencia, el Apóstol escribe: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”,  (Filipenses 4: 7). La vida es estable con la tranquilidad de un espíritu lleno del amor de Dios. Nada es estable cuando el sentimiento de la presencia del Señor está disminuida en la humanidad, y cuando todo, desde las relaciones personales a las relaciones entre las naciones, está construido únicamente sobre la base de las ganancias personales o la coerción. Encontrar la paz de Cristo significa tener amor y felicidad en las familias, solidaridad y prosperidad en la sociedad civil y en las naciones. El Hijo de Dios encarnado ha dado fuerzas a lo largo de los siglos a todas las naciones a fin de concretar el mensaje dichoso de la reconciliación con Dios y la buena voluntad hacia los hombres. Él nos da la fuerza para aceptar la gracia celestial, que vive dentro nuestro cuando estamos unidos en la paz y la justicia, dispuestos para proporcionar apoyo y consuelo. «Y el fruto de la justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. (Santiago 3:18).

Hijos piadosos Queridos, en nuestra vida nacional también es imperioso mantener el mando de la paz. Durante años nuestro país se ha visto bloqueado entre Turquía y Azerbaiyán. Este último está cometiendo provocaciones en la frontera con el fin de mancillar el derecho del pueblo de Artsaj a vivir libremente. Creemos que a través de la iniciación de la paz y mediante el fortalecimiento de nuestra fe en Cristo, nuestro pueblo tornará su espíritu pacífico en un bastión contra la agresión del enemigo, un escudo indestructible contra la invasión de las fronteras de nuestra patria, mediante la protección heroica de nuestro país y los valores sagrados, y por un espíritu sólido y unido, invirtiendo esfuerzos para superar las dificultades, para construir nuestro país y nuestras vidas y comunidades de todo el mundo.

Amados, Cristo es nuestra fuerza. Sigamos los mensajes de nuestro Señor sin vacilación. En consonancia con las palabras inspiradoras de nuestro Salvador, que nuestros corazones no se turben ni tengamos miedo. No nos refugiemos sólo en nuestra débil fuerza humana, sino tomemos refugio en la bendición de Dios, que puede hacer posible lo imposible para nosotros. Que nuestra guía sea el espíritu de servicio, el amor y la devoción, y nuestros actos, provenientes del mismo espíritu, son una necesidad para cumplir con nuestra visión del despertar nacional y un futuro luminoso.

En este día santo del nacimiento de nuestro Salvador, elevemos oraciones al cielo desde nuestro espíritu, lleno de alegría, para que Cristo nuestro Señor pueda empoderar a las almas de la gente con la gracia celestial, la fe, la esperanza y el amor, con el fin de construir un mundo seguro, pacífico y próspero. Que el Señor también mantenga a nuestra nación y a nuestra gente con paz, bendiga nuestra vida en este mundo y nos lleve a la luz eterna.

Decimos una vez más, como una exhortación, la oración perpetua de la Santa Iglesia de Cristo: Paz a todos.

Con la buena nueva maravillosa de la Santa Natividad, saludamos a Su Santidad, Aram I, Katolikós de la Gran Casa de Cilicia; al Patriarca armenio de Jersualem, Arzobispo Nurhan Manoogian; al Patriarca armenio de Constantinopla, Arzobispo Mesrop Mutafian; y para todo el clero bajo juramento, de nuestra Iglesia. Expresamos nuestro saludo a los jefes de las Iglesias hermanas. Con bendiciones Pontificias saludamos el presidente de Armenia, Serge Sarkisian y a la primera dama, presentes aquí hoy para la Divina Liturgia. Hacemos llegar nuestro saludo al presidente de la República de Nagorno-Karabagh Artsaj, Bako Sahakyan; a los funcionarios del Estado de Armenia, y a los representantes de las misiones diplomáticas acreditadas en Armenia. Traemos nuestra bendición pontificia a toda nuestra nación, a la que saludo con un espíritu de alegría.

Cristo nació y se reveló.

Bendita es la revelación de Cristo.

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