LECTORES: «El delito de provocación», Pascual Ohanian

Transcurridos cien años desde la ejecución del Genocidio turco contra el pueblo armenio, el mundo esperó, infructuosamente, que el gobierno de Ankara reconociera la tipificación de su crimen contra la Humanidad. No solo la esperanza fue fallida sino que se está sumando una amenaza indirecta de Turquía contra los Estados que unen su voz al reclamo de justicia y reparación al responsable del Genocidio. Nos encontramos ante la comisión del delito de provocación, que es una conducta agresiva cuya finalidad es despertar la indignación de los damnificados. El provocador, autor intelectual de esta incitación, es nuevamente el Estado genocida que, mediante un espectro de actos que lesionan el honor del injuriado, apunta hacia fechas, lugares y nombres que contienen significados de íntimo valor simbólico y trata de conseguir la reacción de los ofendidos. El negacionismo del Genocidio turco de 1915-1923 desgarra la paciente nobleza del pueblo armenio y además hunde en la vergüenza y el oprobio al pueblo turco. La propagación de tales actos delictivos de provocación quiere enviar un mensaje liminar a todos los pueblos del mundo para infiltrar en la opinión pública universal una imagen de inocencia del gobierno agresor; dicha provocación reviste una forma encubierta del delito de apología del genocidio que en forma continuada comete hasta hoy el Estado de Turquía.

Ya el Pontífice Juan Pablo II, en su mensaje de la Jornada Mundial de la Paz del 1º de enero de 1999 condenó expresamente la íntima vinculación existente entre las provocaciones contra la paz por un lado, y las guerras, las limpiezas étnicas y los genocidios por el otro. Idéntica gravedad a la del genocidio revisten la negación y la justificación de tal delito. Igual enormidad frente al Derecho Internacional tiene la afirmación que pretenda vaciar de responsabilidad o disculpa al genocida.

Los actos previos de provocación, así como el negacionismo subsiguiente, entrañan el peligro de que se forme y crezca una vía de preparación de otros crímenes más graves que conducen a la reincidencia en el genocidio, exteriorizada, por ejemplo, en el asesinato de periodistas como el de Hrant Dink, en Turquía, el respaldo que el gobierno de Recep Tayyip Erdogan presta a organizaciones clandestinas terroristas sicarias como Ergenekon y los Lobos Grises, y otras igualmente virulentas como la complicidad de la alianza estratégica de Azerbaiján, la desembozada coautoría del presidente Haidar Aliyev y las intimidaciones contra el Papa Francisco. Los gobiernos turco y azerbaijano incitan, suscitan y cometen el delito de provocación con manifestaciones perturbadoras y panfletarias especialmente racistas y xenófobas que tienden a emponzoñar el clima político de sus organizaciones sociales y a manejarlas según conveniencias internas y exteriores, recurriendo al odio y a la violencia contra opositores y reticentes que se manifiesten dentro y fuera de esos dos países; además de la inversión de ingentes cantidades de divisas para la compra de conciencias de famosos de todo orden, de los cuales no están excluídos profesionales de la diplomacia, de los Parlamentos y de “lobbies”.

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