EDITORIAL: A nueve años del asesinato de Hrant Dink

La semana pasada se cumplieron nueve años del asesinato del periodista armenio Hrant Dink en Turquía.

Inmediatamente después de ocurrido aquel atroz atentado, el 19 de enero de 2007, contra el respetado editor del semanario armenio  “Agós”, que a su vez estaba comprometido activamente en la defensa de los derechos humanos, de la libertad de expresión y de los principios democráticos; comenzó a popularizarse en redes sociales y a través de distintos medios, el siguiente sagaz lema sobre este luctuoso episodio: “Un millón quinientos mil más uno”, en obvia alusión a que se trataba de una nueva víctima del Genocidio Armenio, 92 años después,.

Pero esa frase no consistía únicamente de un buen eslogan tendiente a generar impacto, sino que el paralelismo entre ambos crímenes es muy elocuente.

El gobierno de los “Jóvenes Turcos” masacró a un millón y medio de armenios en nombre del “panturquismo”.

Hrant Dink, fue asesinado a manos de un joven ultranacionalista turco.

Vaya si no hay relación.

Detrás de estos aberrantes actos, subyacen siempre factores comunes: el fanatismo, la irracionalidad, la xenofobia, el delirio de creerse una raza superior.

Estos son los males contra los cuales debemos luchar, y de los que fue víctima no sólo el pueblo armenio, sino muchas naciones del mundo, algunas más olvidadas que otras.

Y para llevar a cabo esta lucha, evidentemente es primordial no incurrir en esos mismos prejuicios; en la discriminación y en la anulación del otro.

Esto pareciera ser una obviedad, pero a veces se puede caer, sin ser plenamente conscientes, en el marco del justo reclamo por la reparación de los crímenes de los totalitarismos, en posiciones que revisten un fuerte sesgo ultranacionalista y fanático, lo cual es una paradoja y una contradicción flagrante.

Nuestra aspiración de máxima, junto con el reconocimiento y las reparaciones pertinentes del Genocidio Armenio, debe ser la reconciliación con el pueblo turco, pero sobre la base de los principios de la verdad, la memoria y la justicia, sin los cuales no puede haber siquiera la posibilidad de un diálogo franco.

Y esto era por lo que luchaba Hrant Dink, con una férrea militancia por el conocimiento de la verdad histórica, pero también con una paciencia, una benevolencia, una amplitud y una comprensión francamente admirables, y siempre aspirando a un entendimiento, basado en el reconocimiento de los hechos históricos, que a su criterio no eran negados por el pueblo turco, sino desconocidos.

Y evidentemente tenía razón, pero ese desconocimiento popular es consecuencia de políticas de Estado orientadas a ese fin, para ocultar y tergiversar la historia.

Por eso, son cada vez más las voces turcas que, a medida que van tomando consciencia de la verdad de los hechos, se alzan a favor del reconocimiento del Genocidio Armenio.

La tarea de Hrant Dink ha sido fundamental en este punto. Pagó nada menos que con su vida, pero consciente de la legitimidad y de la importancia de la causa por la que militaba, se dedicó por entero a ella, para no ser más hostigado por su condición de armenio en Turquía.

Siempre aspiró a que finalmente el conocimiento de la verdad se impusiera y pudiera vivir en paz con sus vecinos en su tierra natal, a la que amaba.

Porque esto es lo que era en el fondo Hrant Dink: un humanista, un pacifista, un idealista.

Y como otros tantos idealistas, luchadores por causas justas, fue asesinado despiadadamente por la clase de gente fanática que, cegada por su visión fundamentalista, no puede percibir la nobleza y la justicia de tales causas.

Martin Luther King fue  asesinado en 1968 por su lucha contra la discriminación racial en Norteamérica. Hoy Estados Unidos tiene un presidente afroamericano.

Hacemos esta pequeña digresión para hacer notar que el camino hacia la conquista de logros importantes y la consecución de causas justas, suele estar sembrado de grandes mártires, que allanan ese camino con su propia vida para cosechar luego sus frutos.

Hrant Dink es uno de estos grandes mártires. Y el pueblo armenio obtendrá justicia, gracias a su lucha y a la de muchos otros.

Pero lo más importante es que no lo animaba un espíritu revanchista, vengativo ni de odio. Y ello queda muy claro cuando uno lo escucha en primera persona, en nuestro armenio occidental.

Mucho hablamos y escribimos sobre Hrant Dink, pero quizá son pocos los que hayan tenido la oportunidad de verlo y de oírlo de manera directa.

Por eso, desde el Centro Armenio de Argentina hemos preparado, ya que pareciera no haber disponible ningún material subtitulado al español en internet, un breve video en el cual se explica muy sucintamente su caso y se lo puede escuchar a él vertiendo algunos importantes conceptos. Los invitamos a que lo vean en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=AFUv7jtcbMQ

El mejor homenaje que podemos rendir a Hrant Dink es continuar este legado suyo. Con la certeza de la legitimidad de nuestros reclamos, los cuales no declinaremos y seguiremos firmes hasta conseguirlos, pero con la paz como estandarte y el entendimiento y la confraternidad como metas.

Esa es la mejor forma de honrar también la memoria de nuestro millón y medio de mártires, hoy santos, luego de la canonización recibida el año pasado durante las conmemoraciones del Centenario del Genocidio Armenio.

Al comienzo recordamos una frase que se popularizó tras la muerte de Hrant Dink, y ahora concluimos con otra expresión que se ha convertido en emblema en Turquía luego de su asesinato, y que volvió a cobrar vida el martes pasado en numerosas pancartas y carteles en la ciudad de Estambul, donde miles de armenios, turcos, kurdos y gente de distintas nacionalidades, se movilizaron para exigir justicia y se unieron bajo el mismo grito:

“Todos somos armenios.
Todos somos Hrant Dink”.

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